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jeudi 29 mars 2012

Domance del PERNALES

Romance del Pernales


I

Estando Diego Corrientes

con el caballo calzado,

su hembra en el pensamiento,

con el trabuco en la mano:

- Sígueme, Luis Candelas,

sígueme por mis pasos,

que vamos a la serranía,

con el trabuco en la mano.

¿Dónde está José María,

José María el Tempranillo?

Francisco Ríos Pernales,

que venga con el Vivillo.

Vamos a los cortijos,

vamos todos sin parar,

a esa gente egoísta

que come sin trabajar

a costa de los obreros,

que los quieren maltratar.

II

Francisco Ríos Pernales

está loquito de alegría,

porque había dado a luz

la su amante una chiquilla.

Días antes de su muerte,

en sus brazos la tenía:

- Hija de mi alma,

ven aquí conmigo,

que por ser yo bandolero

que tú a la España

sin lujo has venido.

Pero no te apures nena,

que este oficio dejaré,

allá fuera de España

trabajaré.

Soy joven todavía,

puedo trabajar

para darle a mi hija

un pedazo de pan.

¿Qué dices tú, Concha

- decía llorando -,

qué tal te parece

lo que estoy pensando?

- Lo que piensas está bien,

Francisquito de mi vida,

¿pero no piensas en irte,

que ya va siendo de día?

- Tienes razón, ya me voy,

es que ya no me acordaba

que soy aquel bandolero

que andan buscando

por toda España.

Queda con Dios hija mía,

y hasta otro día,

Concha del alma.

III

Montado en su caballo

iba el Pernales un día.

Se encontró con un barbero,

que de un cortijo venía.

Como sabía que andaba

por aquel campo

el llamado Pernales

con otros cuatro,

al ver aquel que venía

a caballo y con un rifle,

pensó que le robaría.

Ocho duros llevaba,

los que sacó

el pobre raspabarba,

y al bandolero se lo entregó.

Entonces dice el Pernales:

- Quédese usté ese dinero,

que yo no soy un ladrón

para robar a ningún barbero,

que sólo robo al que tiene

muchas pesetas,

y es usurero.



En un cortijo que existe

muy cerquita de Puente Genil,

llega una noche el Pernales

para descansar allí,

y sin llamar a la puerta

al momento la hizo abrir.



- A la paz de Dios abuelita,

hasta aquí he llegado.-

a la vez que la anciana

a sus mismos pies

caía llorando.



- No llore usted abuelita,

soy el Pernales,

no hago más que robar,

no mato a nadie.



- Robarme a mí, señor,

¿cómo puede ser?

No tengo dinero,

lo puede usted ver. El amo de esta casa

un día me echa

por no tener dinero

para pagar la renta.



- El amo de este cortijo

dígame pronto quién es.

- Es don Rafael Carmona.

- Pues pronto lo arreglaré.

Lo que tengo es apetito,

y yo quisiera cenar.



- Eso lo puede usté hacer

porque la tengo

ya preparada.



Y al acabar de cenar,

aquel célebre bandido

le decía a la ancianita:

- Vaya con Dios, me retiro,

mañana al amanecer

paso a darle un recadito.



Parando el caballo

enfrente un hotel,

vio pasear

a don Rafael.

Con el revólver en mano,

le dice Francisco Ríos:

- Deme quinientas pesetas,

o le pego cuatro tiros.

Don Rafael asustado

al momento se las dio,

las mismas que al otro día,

antes de salir el Sol,

se las entregó a la anciana

para salvarla

esa situación



Por una estrecha vereda

paseaba un día.

Se encontró con un anciano

que iba montado

en su borriquilla.

-¿Dónde va usted abuelete?

le preguntó.

Y el abuelo seguía

su dirección.

- Apéese pronto

de la borriquilla,

no me deje solo,

me hará compañía.

Espero un compañero

que pronto vendrá,

y cuanto que venga

puede usted marchar.



Saltó el viejo de la burra

con muchísima energía,

con una navaja abierta,

y el Pernales se reía.

- Es usté un viejo valiente,

pero ahora le hablo yo en serio.

Está usted con el Pernales,

que de los pobres

no quiere dinero,

que sólo roba al que tiene

muchas pesetas,

y es usurero.



El treinta y uno de agosto

será un día muy memorable,

tuvo lugar en la sierra

un curioso desenlace.

En los campos de Alcaraz,

que es provincia de Albacete.

Será un día desgraciado

y de mala suerte

para el pobre Pernales,

porque aquel día

se halló la muerte.

Su pobre madre llora

con gran dolor,

y maldice la suerte

del leñador.

¡Qué hombre tan malvado,

qué mal corazón

tendría aquel hombre

que lo delató!



Era un campesino

que, cortando leña,

se hallaba aquel día

cerca de la sierra.

Se le acercan dos jinetes

preguntándole en seguida

por el camino más cerca

que a la sierra conducía.

El leñador muy amable

al camino les guió,

dándole un cigarro puro

y cinco pesetas por el favor,

diciéndole: - Soy Pernales,

y hasta otro día,

quede con Dios.



Y de corazón infame,

y de muy mala intención,

marchó el leñador al pueblo

y al Pernales delató,

diciéndole iba con otro

que su nombre no le dio.



Al momento tres parejas

que había en el puesto,

al mando de un teniente,

los siete guardias

marchan corriendo.

Se internaron en la sierra

con valentía,

sin mirar que su vida

peligro corría.

Y al poquito rato

de haber caminado

ven a dos jinetes

cerca, descansando.

Al punto creía

la Guardia Civil

que eran cazadores

los que había allí.



Cuando ven a la pareja,

aquellos dos bandoleros

echaron manos a los rifles

y empezaron a hacer fuego.

Al punto un guardia civil

cayó gravemente herido,

y al verle,

los compañeros,

que eran valientes

y decididos,

hicieron una descarga

y dieron la muerte

a los dos bandidos.



En la provincia Albacete,

en la Sierra de Alcaraz

mataron al Pernales,

también al Niño del Arahal...



http://www.youtube.com/watch?v=--V0FBaGM20&feature=related



Francisco Ríos González, llamado "el Pernales", nació en 1879 en Estepa (Sevilla).

Como la mayoría de los campesinos andaluces Pernales no recibió instrucción alguna. Con diez años trabajaba de cabrero con su padre.

Sin trabajo y cuando el hambre apretaba los estómagos vacíos de la familia, cometieron algunos robos en los campos vecinos.

Trabajó después como cuidador de caballos, pero su padre continuó dedicándose al robo, y en uno de ellos murió en un encuentro con la Benemérita. Francisco, su hijo juró vengarse.

Durante años la Guardia Civil le acosó continuamente hasta que el trágico 31 de agosto de 1907, cuando tenía 28 años, en el paraje del Arroyo del Tejo, en la sierra de Alcaraz, fue sorprendido mientras comía en un olivar con un compañero de su partida, el Niño del Arahal, y tras un tiroteo por ambas partes cayeron los dos bandidos muertos a tiros.

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