https://www.youtube.com/watch?v=WdaChGT4ZFg
En las noches de luna y clavel,
de Ayamonte hasta Villareal,
sin rumbo por el río, entre suspiros,
una canción viene y va.
Que la canta María
al querer de un andaluz.
María es la alegría, y es la agonía
que tiene el sur.
Que conoció a ese hombre
en una noche de vino verde y calor,
y entre palmas y fandangos,
la fue enredando, le trastornó el corazón.
Y en las playas de Isla
se perdieron los dos,
donde rompen las olas, besó su boca,
y se entregó.
Estribillo:
Ay, María la portuguesa,
desde Ayamonte hasta Faro,
se oye este fado por las tabernas,
donde bebe vino amargo,
porque canta con tristeza,
porque esos ojos cerrados,
por un amor desgraciado,
por eso canta, por eso pena.
¡Fado! que me faltan tus ojos,
¡Fado! porque me falta tu boca,
¡Fado! porque se fue por el río,
¡Fado! porque se va con la sombra.
Dicen que fue el ‘te quiero’
de un marinero, razón de su padecer,
que en una noche en los barcos
de contrabando, para el langostino se fue.
Y en las sombras del río,
un disparo sonó.
Y de aquel sufrimiento, nació el lamento
de esta canción.
Ay, María la portuguesa ...
¡Fado! que me faltan tus ojos ...
José Carlos Cano Fernández (Granada 1946 - 2000) conocido artísticamente como Carlos Cano, fue un cantautor que recuperó estilos tradicionales andaluces relativamente olvidados como los trovos y muy especialmente la copla andaluza, a la que situó en la modernidad librándola de su apropiación por el franquismo.
Su versatilidad como compositor, acompañado por tan sólo su voz y su guitarra o por una orquesta, unida a la calidad y emotividad de sus textos, hacen de Cano un personaje destacado dentro del panorama musical español.
María Dolores Pradera a sus noventa años mide sus fuerzas y se dosifica. La cantante hace tiempo que admite con humor que no se hace mayor porque ya es mayor y que está en la edad de los nuncas: nunca me había dolido una pierna, nunca me había dolido esta mano, nunca había tenido estos mareos... Tierna y contundente, latina pero rubia, su imagen permanece intacta, con sus ojos claros, el moño torero y estas túnicas holgadas que la consagran como sacerdotisa de todas sus veladas.
LaVanguardia
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